Roma, ya fuera de día o de noche, era un tumulto, un sinfín de carros y transportes de todo tipo surcando las calles a toda velocidad; Roma estaba repleta de prostitutas, jóvenes y no tan jóvenes, y muchachos vendiéndose a todas horas, y borrachos, ladrones, timadores, mendigos; la ciudad entera era un hervidero de gentes de donde en cualquier momento podía surgir el peligro y, con frecuencia, un peligro mortal.