que toda apuesta es desesperada, porque apostamos por un solo motivo: para ver. Dejamos en el lugar en que el espectáculo se manifiesta todo lo que tenemos porque, aunque ya no nos sirve, tenemos curiosidad por saber cómo era, qué había oculto detrás en el momento en que apostamos. Si la realidad coincide con nuestra imaginación, tenemos como premio un montón de excremento: dinero.