Esta narración comienza al insertar siete textos clásicos, entre ellos uno de Homero. El narrador, que se compara con varios reyes y profetas del Antiguo Testamento, señala que su sueño es de inspiración divina. En la primera parte, Quevedo satiriza algunos pasajes del Apocalipsis de San Juan, en forma de visiones irónicas sobre el cielo y el infierno. Las referencias al transcurso del tiempo son bastante abstractas, al punto de que no se puede reconstruir o calcular la duración del juicio. Destaca la condenación de los escribanos y fariseos, que ocurre antes de la presentación de Judas, Mahoma y Martín Lutero como los máximos pecadores de la humanidad. Por último, el desorden estructural y la carencia de lógica permiten a Quevedo representar el azoro de los seres humanos desprevenidos ante la llegada del Juicio. Una escena que podría considerarse majestuosa y soberana se convierte en una parodia plagada de ironías e irreverencias. Al final del Sueño, el narrador despierta y concluye diciendo que su objetivo es la meditación y la reflexión.