toda la vida nos atrapan los rostros, nos lanzamos a ellos, de cabeza, se puede decir con qué esperanza, no hay lugar más infranqueable, lo que imaginamos próximo no está próximo, y además siempre he odiado la palabra «prójimo», esa palabra espantosa, no la utilizo nunca, una palabra de una benevolencia vomitiva, que rechazo, en cuanto la palabra «prójimo» aparece en una frase, la frase es una porquería, no tenemos ningún prójimo, esa mujer no es mi prójimo, ni de cara ni de espaldas, aunque de cara nos pueda sorprender cierta sensación de parentesco, que responde sólo al cardado del cabello y a una determinada combinación de la nariz y la boca, o sea a nada, aunque de cara, quiero decir una cara aparecida fugazmente, nos demos la vuelta y nos encontremos ya en otro lugar, es una vuelta menor, que no implica al cuerpo, aunque, como decía, de cara, y cuando ya estamos lejos, haya que luchar contra una flexión del alma, sobrevenida a pesar de uno, una añoranza violenta cuyo objeto aparece borroso, añoranza de qué, me gustaría saber,