A veces la sustancia del deseo yace en el destartalado motor de un vochito legendario, en el albur cholo que busca metamorfosear en poesía cursi, en el tinte de cabello de una cachondísima lectora de Bolaño capaz de desbarrancar con una mirada a su indefenso profesor. A veces el sentido de la vida se va por el resumidero cuando nuestra deidad rocker inmola su guitarra en el altar de sacrificios del reggaetón y mamá deambula errabunda entre los fallidos abrazos de un socorrista de la Cruz Roja, un luchador de quinta y un maestrucho mosco muerto. Estas páginas desparraman hormonas en ebullición desde la mirada del púber ávido de tragarse el mundo a tarascadas, y tragicómicas fatalidades arrastrándose entre los tumbos sexuales de erráticos adultos. En Los maridos de mi madre, Joel Flores ha puesto a bailar a un Edipo bipolar y debrayado que oscila entre el semidesierto zacatecano y el barrio bravo tijuanero, una torcida constelación familiar donde los esqueletos hacen corte de manga desde el clóset. Es un libro que muestra a un escritor con el timing y el talento para convertirse, sin excesivas prisas, en una de las voces importantes de México.
—Daniel Salinas Basave