Cuervos, buitres y demás aves de carroña funcionaban como eliminadores de los cadáveres de animales y de los residuos arrojados a los vertederos. Eran bienvenidos como personal de limpieza, pero a la vez de este modo seguían relacionados con la muerte. Esto cambió cuando mejoró la higiene de las ciudades y con la paulatina intensificación de la explotación agrícola. Los cuervos seguían estando allí pero habían perdido su función de limpiadores urbanos. En ese momento se produce el cambio en la connotación: de purificadores a alimañas. Este fue un proceso que no se desarrolló de modo simultáneo. En el caso de Londres, por ejemplo, puede consignarse una fecha. En septiembre de 1666, ardió una panadería cerca del Puente de Londres y el incendio, que se expandió a las casas vecinas, duró una semana y terminó destruyendo más de trece mil viviendas. Las autoridades de la época no alcanzaron a sacar fuera de la ciudad los cadáveres de las víctimas y así se ofreció a los sobrevivientes un espectáculo horrendo: los entonces numerosos grajos y cuervos comunes se dedicaron a picotear, pinchar y desgarrar los cadáveres humanos. A continuación, los habitantes de Londres reclamaron y obtuvieron la expulsión total de esos córvidos. Se mató a miles de aves y se destruyeron todos sus nidos. Sólo el rey Carlos II no quiso seguir ese impulso de aniquilación. Un vidente le había profetizado que el reino sufriría un gran daño y el palacio se desmoronaría como arena si se expulsaban todos los cuervos de la Torre. Esto dio que pensar al rey y, en consecuencia, dispuso que se debían criar seis cuervos en la Torre y les dio un guardián. Ese guardián, llamado oficialmente Yeoman Raven Master, existe hasta hoy, y también los cuervos. Seis, a veces ocho ejemplares son cuidados amorosamente y se les permite saltar en la hierba con sus alas cortadas Cuando muere alguno, es enterrado en el foso del castillo. Para Boria Sax, especialista en cuervos y teórico de la literatura, la modernidad de los cuervos se inicia en 1666.