La prensa proclamaba que aquellos desfiles eran recibidos con placer espontáneo, pero la gente, como dice un testigo afectado, los miraba
con horror. No había actos de protesta en las silenciosas calles –los años del Terror habían surtido efecto–, pero casi todos procuraban cambiar de dirección cuando se encontraban con aquella procesión escandalosa. Yo, personalmente, como testigo del carnaval de Moscú, puedo garantizar que no hubo en aquello ni una mota de placer popular. El desfile recorría calles vacías y sus esfuerzos por despertar la risa no tenían más respuesta que el silencio.