Cuando sales de tu casa huyendo de la guerra y de la violencia y te encuentras las primeras manos, las primeras palabras, uno se siente agradecido. Pero esas mismas manos, esas mismas palabras te convierten en esclavo. Y entonces entras en una espiral infinita de agradecimientos. ¿Me oyes? De eso se aprovecha la mafia. No me mires así, por favor. No estoy diciendo nada que tú no sepas.
No he dicho nada.
No, pero lo dices. Para esos mismos por los que sientes gratitud trabajas como una bestia en una granja, día y noche. Limpias animales, limpias cuadras, das de comer a los cerdos las mismas sobras que te comerás tú. Ya no sabes dónde termina el animal y dónde empiezas tú. Ninguna diferencia. Ninguna. Pero incluso para ser libre, otra vez, tienes que trabajar y agradecer.