¿Puede aún el constitucionalismo democrático hacer frente a las catástrofes ambientales, las guerras y el alarmante aumento del hambre y las desigualdades que amenazan la paz en toto el planeta?
Ferrajoli nos invita a repensar el modelo de las constituciones nacionales y su sistema de garantías como solución planetaria. Según su diagnóstico, «La globalización ha cambiado las coordenadas y los presupuestos mismos del constitucionalismo, según fueron diseñados en esa gran etapa constituyente que fue el quinquenio 1945–1949. […] Si es cierto que el constitucionalismo es un sistema de límites y vínculos impuestos a poderes de otro modo salvajes, en garantía de los principios de justicia y de los derechos fundamentales constitucionalmente establecidos, entonces, habrá de reconocerse que, respecto de aquella etapa constituyente, han cambiado tanto los poderes que limitan como sus agresiones a los bienes fundamentales. Sobre todo, ha cambiado la geografía de los poderes. Los poderes de cuyo ejercicio depende el futuro de la humanidad se han trasladado fuera de las fronteras de los Estados nacionales. Además, ha cambiado la naturaleza de las agresiones al derecho y a los derechos, todas de carácter global. Si la humanidad quiere sobrevivir, los poderes y agresiones globales deben imponer un salto de civilidad, es decir, una expansión del constitucionalismo más allá del Estado y a la altura de los poderes globales de los que provienen las amenazas para nuestro futuro».