A continuación mira a su alrededor y llama uno a uno a los indios, y después se dirige a mí con una sonrisa familiar y cálida. Se hace de nuevo el silencio y tras un intenso compás de espera se inician los ícaros. Inundados de naturaleza estos cantos indios surgen de una docena de nativos resguardados en una choza de madera y hoja de palma. Vistos desde arriba, sólo son un puntito de luz casi imperceptible en medio de la inmensidad amazónica, ajenos al mundo ruidoso del asfalto y el neón. Algo ¡tan pequeño! y al mismo tiempo ¡tan grande! Estos cantos muestran el alma indescriptible de las ramas y los ríos, de las estepas y de las montañas; surgen del silencio inquietante y de la oscuridad insondable, demandan estar presentes ante el miedo y la muerte, y dice el chamán que viajarán hacia el cosmos. Lamentos que, como el aullido del lobo o el bramido del ciervo, llevan un sin tiempo lanzando una plegaria al