De nuevo se queda solo, rodeado por el silencio… Su tristeza, apaciguada por un instante, se desata de nuevo, oprimiendo su pecho con mayor vehemencia. Sus ojos inquietos y doloridos recorren la multitud que discurre a un lado y otro de la calle: ¿no habrá entre esos miles de personas una sola que quiera escucharlo? Pero el gentío avanza, sin reparar en él ni en su pena… Una pena inmensa, ilimitada. Si su pecho estallara y su tristeza se derramara, acaso inundaría el mundo entero, y, sin embargo, es invisible.