La primera década del siglo XX fue el período de gestación de una idea revolucionaria que transformó radicalmente la física: la energía no se da en la naturaleza de una forma continua, sino que existe como una especie de unidad mínima de transacción, el cuanto de energía, que impone un sello de discontinuidad a todos los procesos físicos. Si hasta entonces había regido el lema aristotélico de «la naturaleza no da saltos», a partir de ese momento cabría afirmar que «la naturaleza no da más que saltos». Rompiendo con una larga tradición historiográfica, Thomas S. Kuhn defiende en «La teoría del cuerpo negro y la discontinuidad cuántica» la tesis de que este concepto revolucionario no nació de la obra de Max Planck, sino de la de otros físicos —Ehrenfest, Einstein y Lorenz— que trataron de explicar el éxito de la nueva teoría planckiana del cuerpo negro. En la primera parte de la obra el autor describe la génesis de esta teoría, esencialmente clásica, y dedica especial atención a la deuda contraída con la teoría estadística de la irreversibilidad de Boltzmann, muy poco estudiada hasta ahora. En la segunda sección examina cómo surgió el concepto de discontinuidad cuántica en la obra de Ehrenfest, Einstein y Lorentz, mientras que los dos capítulos finales se ocupan del estado de la teoría cuántica en 1911 y 1912, época en que la discontinuidad había quedado incorporada definitivamente a la física.