pero la posibilidad de estar solos y conversar en susurros sin testigos los unió más que si hubieran hecho el amor. Tendidos lado a lado, ella con la cabeza en el hombro de él, hablaron de los ausentes, Guillem y Carme, a quien no querían imaginar muerta, especularon sobre la tierra desconocida que los esperaba en el fin del mundo y planearon el futuro. En Chile tratarían de establecerse y conseguir trabajo en lo que fuera, eso era lo más apremiante; después podrían divorciarse y ambos quedarían libres. La conversación los puso tristes. Roser le pidió que siempre siguieran siendo amigos, ya que él era la única familia que les quedaba a ella y a su hijo.