Fui a entrevistar a Catosho Machari. Lo encontré sentado ante una pequeña hoguera en el interior de su choza. –Quiero que me cuentes de Stahl –le dije–; tú fuiste su guía. Alzó el rostro y parpadeó como queriendo evocar recuerdos. Afuera, la brisa vespertina mecía las hojas y el ruido monótono de las chicharras indicaba las tres de la tarde. De pronto, sus ojos se humedecieron y dos lágrimas rodaron por los sucos que en sus mejillas abrió el tiempo. Silencio. Sentí un nudo en la garganta por perturbar la paz de aquel anciano. Su voz quebrada por la emoción y los años, sin embargo, me sacó del aprieto. –ÉL NOS AMABA –dijo. Tres palabras. Solo tres. Pero encerraban todo lo que Stahl significó para los campas.