Todo archivo es un dispositivo póstumo. Su activación se perpetra con independencia de la vida de su autor. Archivar es un poco morir, pese
a quien se archive continúe viviendo. Este libro indaga en una
dirección contraria. Sostiene la idea de que el archivo excede su condición funeraria y en él se producen formas de vida y permutaciones somáticas capaces de desafiar la tajante división entre
vivir y morir, inclinadas a emancipar la coincidencia entre el fin material
del autor y el cese de su escritura. Escribir después de morir se aproxima a las ingeniosas maneras con las que el cuerpo autoral
escribe luego de perecer. Javier Guerrero propone que, gracias a la
capacidad erótica de nuestras manos y cuerpos, los archivos de Delmira Agustini, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas o Pedro Lemebel,
entre otros, devienen exceso capaz de discutir y, en ocasiones,
destituir la desaparición del cuerpo que escribe. Se trata de un lugar
sin límites cuya metamorfosis se gesta en el contacto material con la aparente quietud de los papeles.