La Organización Mundial de la Salud, que, insisto, no es precisamente una asociación anarcoqueer, ya afirma, en términos muy claros, que «el género típicamente descrito como masculino y femenino es una construcción social que varía según las culturas y las épocas». Y reconoce que ha habido y sigue habiendo culturas (Samoa en el Pacífico, las de los primeros pueblos de América, la tailandesa tradicional) que utilizan taxonomías sexuales y de género no binarias, más fluidas y complejas que la moderna taxonomía occidental globalizada por el proceso de expansión del capitalismo colonial. Al aceptar la viabilidad no patológica de las encarnaciones corporales y las expresiones sociales de género y sexualidad, la Organización Mundial de la Salud reconoce la dimensión arbitraria y no natural de la taxonomía binaria con la que trabajan las instituciones sociales y políticas en Occidente y abre la puerta no solo a una reformulación local de sus términos, sino también a una revisión más profunda del paradigma de la diferencia sexual.