No soy hermosa —comenzó—, no soy linda, ni ágil, ni coqueta, ni sociable, ni gran cosa, ni perfecta —hizo una pausa antes de sonreír— pero, sí, te amo —Sebastian la miró con ojos brillantes— y eres lo único que me importaría conservar si estuviera condenada a vivir para siempre en una isla desierta ¿Y sabes qué más? —posó su mano sobre la mejilla de Sebastian rodeando su ojo con el índice y el pulgar como un antifaz— Me encantan tus ojos, pero me encantan más los míos.