Al otro lado del campo, un hombre solitario, vestido con un abrigo gris, caminaba entre los cuerpos con un revólver, rematando a los moribundos. Era un -lastimosamente inadecuado- acto de misericordia; sin embargo, continuaba, eligiendo primero a los niños que sufrían. Vaciando el revólver, cargándolo de nuevo, vaciándolo, cargándolo, vaciándolo…