Veinticuatro voces cantan la cólera de una Historia de cuatro siglos. Una nube de personajes de distintas culturas teje un único relato. De Malintzin (a quien Cortés llamaba “mi lengua”) hasta Claude Lévi-Strauss, el etnólogo belga, pasando por el defensor de los indios, el padre De las Casas; el pacificador de idólatras fray Diego de Landa; el franciscano fray Bernardino de Sahagún, enamorado de aquello que destruye; la monja poeta sor Juana Inés de la Cruz, primera soñadora nuestra; el polímata Humboldt; la romántica dama de compañía de la emperatriz Carlota, la condesa Paula Kolonitz; el excéntrico arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier… Estos y otros cronistas y viajeros son los aedos que buscan la autoría del Nuevo Mundo. “La novela es la epopeya del mundo abandonado por los dioses”, escribió Georg Lukács; en LOS DIOSES QUE HUYERON se relata ese abandono, esa diáspora, ese exilio, ese regreso.