Estoy harta del tiempo, dijo, lo que trae se lo lleva sin misericordia. Trae el amor, lo gasta y se lo lleva. Se lleva la memoria, los recuerdos, se va con tus fuerzas. También trae el dolor y, si se aguanta, queda una herida con la que toca vivir hasta que el maldito tiempo decida llevárselo a uno. Y no por las buenas, sino que nos deja alguna enfermedad para que conozcamos la eternidad antes de irnos. Dita se quedó en silencio y se sentó en otra poltrona, frente a Marcel. Él la miraba fijamente. El tiempo es el infierno, dijo ella. Marcel negó con la cabeza y dijo, se refiere a él como si fuera un tercero, como si no fuera parte suya. El tiempo somos nosotros, señora. Estamos hechos de tiempo. Dita suspiró y se sobó los brazos con desasosiego. No entiendo la vida, Marcel, todo esto, y lo que nos pasó con Isolda, me ha hecho pensar que mis años felices fueron apenas un ensayo de algo que, finalmente, no funcionó. Miró a Marcel, atenta a un comentario. No sé, dijo ella, tal vez esperaba mucho más de la vida. Es lo que esperamos todos, dijo él. Ella se recostó, echó la cabeza hacia atrás y tomó aire con fuerza.
—A Diego lo van a matar —dijo.