Estaba reflexionando sobre el hecho de que cada una de aquellas criaturas tenía un diminuto corazón rojo, un motor infalible que proveía los medios para sus vivificantes maniobras aéreas, cuando recordé cuántas veces la gente encontraba consuelo, conscientemente o no, en la idea de que el propio Dios asistía a esas viajeras sin hogar con una suerte de atención personal; la idea, en contra de todas las evidencias históricas, de que él protegía a cada una del hambre, los peligros y los elementos. Para muchos, el vuelo de los pájaros era prueba de que ellos también hallaban protección del cielo; de que ciertamente hay una providencia especial en la caída de una golondrina.