Cuando al fin reconoces que eres adicto, que estás completamente enganchado, quieres apartar esa droga de tu vida a toda costa. Sin embargo, la dejas cerca. La guardas en algún rincón de la casa. Sabes que no vas a tocarla, o eso es lo que te repites. Pero está ahí, por si un día recaes. Eso significa una cosa: en realidad no quieres dejarla. Te has convencido de que es lo mejor para ti y te esfuerzas en llevarlo a cabo.
Marc Ferrara tendrá esa droga cerca, en su propia casa, y el monstruo crecerá, trayéndole recuerdos de un pasado perturbador y desbocado. Intentará aplacarlo con música y distancia, pero la tentación será demasiado grande y comenzará a consumirlo.
Una destrozada Nicolle buscará refugio, y tal vez unas manos que saben hacer malabares y magia sean ese lugar seguro que necesita. Pero algo ha cambiado, algo que se escapa de su control y de su entendimiento. Ya no es solo curiosidad por ese hombre mucho mayor que ella, el padre de su amiga. Ya no es solo deseo. Es más, mucho más.
Aquella muchacha que llegó a su casa con una mochila en el hombro comenzó siendo una maldita droga dura difícil de controlar. Ahora se ha convertido en algo peor.
Mucho peor.
En su maldita adicción.