En la antigua Babilonia vivía un hombre muy rico que se llamaba Arkad. Todo el mundo lo conocía por su inmensa fortuna, así como por su generosidad. Era espléndido dando limosnas, con su familia, con sus propios gastos. Pero su fortuna crecía cada año más de lo que podía gastar.
Unos amigos de la infancia fueron a verlo y le dijeron:
―Tú, Arkad, eres más afortunado que nosotros. Te has convertido en el hombre más rico de Babilonia mientras nosotros seguimos luchando por subsistir. Tú puedes llevar las ropas más lujosas y disfrutar de los manjares más exóticos, mientras nosotros seguimos preocupándonos por vestir a nuestras familias lo más decente posible y de alimentarlas lo mejor que podamos.
»Sin embargo, hubo un tiempo en el que todos estábamos al mismo nivel. Estudiábamos con el mismo maestro y jugábamos a los mismos juegos, y en ninguno de los estudios ni de los juegos sobresalías. Tampoco en esa época eras mejor ciudadano que nosotros.
»Por lo que parece, tampoco has trabajado más duro que nosotros. Entonces, ¿por qué la fortuna azarosa te ha elegido