Madres. Un ensayo sobre la crueldad y el amor

a las mujeres se les permite el acceso a la ciudad, solo si no intentan reinventarla

Quizá sea ese uno de los sinsabores de ser madre: ver que tu hija alberga en el pliegue más recóndito del alma una historia de la que esperabas en vano liberarla para siempre.

Y supongo que es lo que todos queremos de nuestras madres: que

mantengan el mundo en marcha, y, aunque sea una mentira,

que se comporten como si nunca pudiera acabar.

HISHAM MATAR, El regreso

si bien lo que el dolor de las madres no debe mostrar nunca es la cruda injusticia del mundo en el caos que lo gobierna

Tóibín le da a María la última e iconoclasta palabra a la hora de levantar acta del Cristo muerto: «Os digo ahora, cuando afirmáis que redimió al mundo, que no valió la pena. No valió la pena»

si bien lo que el dolor de las madres no debe mostrar nunca es la cruda injusticia del mundo en el caos que lo gobierna

Las madres y las hijas no se lo pueden contar todo, porque ni siquiera lo saben todo; nadie lo sabe todo de sí mismo: ni de sus vidas, ni de los secretos de la familia, ni de esa parte de la historia que pesa en los hombros de la gente y tanto cuesta contar.

familia? Es posible que lo que acaba siendo la hija no coincida nunca con lo que la madre con más fervor anhelaba para ella. Quizá sea ese uno de los sinsabores de ser madre: ver que tu hija alberga en el pliegue más recóndito del alma una historia de la que esperabas en vano liberarla para siempre.

historias que demuestran la indudable relación que hay entre depresión «grave» y pobreza; un vínculo que clínicamente tiende a pasarse por alto, y que, por fuerza, se habrá hecho más agudo con la promesa de una vida mejor que trajo el fin del apartheid, y que no se ha hecho realidad para la mayoría de los negros sudafricanos.

menos, la alegría de ser madre, que hace añicos el caparazón del yo