Mi amado no quiso saber que mis pupilas, mirándolo a través del aire de la noche, se habrían sentido calientes en las suyas. No quiso que mi mirada atrapara con un parpadeo su cuerpo. No quiso olerme el pelo. No quiso meterse en el hueco de mi cuello para decirme palabras terribles al oído. No quiso que hiciéramos lo que hacen los vivos.
Tenerme a la distancia del fantasma, a la distancia de la letra, era ya darme por muerta.