La guardia del rey

Andrew lo besó como si fuera una pelea en la que se jugaban la vida, como si su mundo acabara y empezara en su boca. A Neil se le paró el corazón en el pecho cuando los labios de Andrew se apretaron contra los suyos y alzó las manos sin pensarlo. Llegó hasta la altura de su mandíbula antes de recordar que a Andrew no le gustaba que lo tocaran. En su lugar, agarró la manga de su abrigo y enredó los dedos en la lana gruesa.

—Eres un Zorro. «Nada» es lo que serás siempre. —Andrew apagó el cigarro—. Te odio.

—El nueve por ciento del tiempo no.

—El nueve por ciento del tiempo no quiero matarte, pero no dejo de odiarte.

—Cada vez que dices eso, te creo un poco menos.

—Nadie te ha preguntado. —Y con eso, Andrew tomó el rostro de Neil entre las manos y se inclinó hacia él.

¿Sabes por qué nombré capitana a Dan? —Lo miró y esperó a que Neil negara con la cabeza—. Supe en cuanto la vi que podía liderar este equipo. Daba igual lo que pensaran sus compañeros de ella; daba igual lo que la prensa pensara de ella. Dan se negaba a fracasar, lo que quería decir que se negaba a perder la fe en el equipo. Era lo que necesitaba para conseguir que los Zorros arrancasen.

»Tú eres el único de entre todos que puede sucederla —dijo—. ¿No te has dado cuenta? Están haciendo piña en torno a ti y están dispuestos a seguirte. Eso es muy especial. Tú eres especial.