Nunca le declaré abiertamente mi amor, pero si las miradas hablan, el más tonto habría podido advertir que me tenía trastornado el juicio. Ella misma acabó por notarlo y por corresponder a mis miradas con las más dulces que quepa imaginar. ¿Y qué hice yo entonces? Me replegué fríamente dentro de mí mismo como un caracol, con vergüenza lo confieso, y a cada mirada de las suyas me mostraba más helado y distante.