«Ante una persona sin futuro el rostro se inclina. Parece que así sucede cuando los que amamos se mueren. La vida, como la muerte sin adornos, como la enfermedad, se derrama y huele demasiado para ser un cuento. Ignoro dónde podría yo amarrar mis ojos para olvidar. Me salva el refugio de este sueño controlable que me proporcionan las imágenes enmarcadas. El mundo pasado a imágenes es un bellísimo espejismo, una droga para olvidar la carne y las heridas, para cambiar el curso del tiempo.
Habitar en esta pantalla le hace a una sentirse al mismo tiempo cobijada y despojada de alma. Y no basta la escritura, pero es necesaria. En algún momento descubrí que nadie alcanza a hacer reflexiva la herida sólo habitándola, sin compartirla con otros, que nadie sobrevive sin interpelar a otros. Y entonces aparecieron “ustedes”, con sus dedos que pasan páginas, con sus señales verdes encendidas, online, muchos, pero solos, como nosotros, como yo. Y la pregunta surgió tras un gemido en su respiración, o en la mía: ¿quién está al otro lado de la puerta, quién dentro, quién mira desde el umbral y quién se ha ido?” En esta su primera novela, Remedios Zafra penetra y lame las vidas que narra con la dureza de quien se siente zarandeado por la muerte de aquél a quien se ama; una muerte aquí duplicada: la física y la social; pero también con el desgarro y la ternura de quien descubre no sentirse ya conminado, como antes, por los otros que “miran y piden”, que “miran y teclean”.
Con una punzante intensidad narrativa que transita lo poético sin temor a lo reflexivo, la autora deja atravesar la época a través del duelo de una peculiar familia: "Érase un niño huérfano, una mujer-dañada, un amor-máquina y unos ojos de cristal, que llegaron aquí y que vivieron". Lo hace desde la incontenible pulsión autobiográfica que hace (o finge hacer) ficción.