Dios requiere de los padres que eduquen a sus hijos para que lo conozcan y respeten sus derechos; es decir, deben educar a sus pequeños, como los miembros más jóvenes de la familia del Señor, para que adquieran belleza de carácter y disposición amable, con el fin de que san aptos para brillar en las cortes celestiales. Con una labor realizada a conciencia, los padres tendrán el privilegio de llevar a sus hijos consigo a las puertas de la ciudad de Dios y decir: «He procurado instruir a mis hijos para que amen al Señor, para que hagan su voluntad y lo glorifiquen». Entonces las puertas se abrirán para ellos, y entrarán los padres y los hijos.