Olvido» es aquí una palabra rica, ya que su momentánea confusión es primaria y apasionada. Sus dotes interpretativas abandonan a esta reina, y la enamorada que teme tal pérdida ya apenas parece la Cleopatra de Egipto. Se olvida y la inunda la inquietud de que él pueda olvidarla. Domina una estasis atípica cuando Shakespeare pasa al gran mundo en discordia.
Tras un interludio en el que Octavio César critica las orgías de Antonio en Alejandría, al futuro Augusto le alarma la amenaza de Pompeyo el Joven y sus piratas. En su repentina necesidad del liderazgo de Antonio y sus tropas, el político Octavio suplica al hercúleo héroe que retorne a sí mismo. Llevamos esto lo mejor que podemos, ya que es difícil disfrutar con este burócrata.
La vida vuelve a fluir cuando la desolada Cleopatra imagina el estado actual de su amor ausente:
¡Ah, Carmia! ¿Dónde crees que está él ahora?
¿De pie, sentado? ¿Andando? ¿A caballo?
¡Feliz su caballo, que lleva el peso de Antonio!
Cabalga bien, caballo, pues, ¿sabes a quién llevas?
¡Al semiatlas del mundo, al brazo
y yelmo de los hombres!
(acto 1, escena 5)
«Cabalgar» tiene una connotación sexual. Antonio sostiene la mitad del mundo y es el brazo y el yelmo de acero de la humanidad. La métrica avanza eróticamente, las preguntas y exclamaciones crean un ritmo de anhelo exultante. En esta carrera reflexionamos sobre Cleopatra, toda ella, y vemos que es ilimitada. Como Falstaff y Hamlet, y al igual que Shakespeare, su espaciosidad es infinita.