La novela, semi autobiográfica, nos muestra la generación espontánea del pensamiento de dos niñas, (en realidad una sola, ella misma), con su convulsivo continuo descubrir, en la intimidad de un monólogo interior desatado, exhaustivo, desarrollándose a trompicones, creciendo a medida que su circunstancia se modifica en torno a ellas. Y no conozco otro caso de más reciente y mejorable impresión a escritura de cómo el pensamiento buye, vibra, se enreda y se pierde y cómo al mismo tiempo, se madura, se hace consistente y se justifica a sí mismo a cada losa de pensamiento ensamblada. Es el pensamiento de una jovencísima Rosa a quien vemos mirar el mundo desde un segundo plano, el plano de los contempladores, el de los que pueden luego llenar páginas tan bellas como éstas, porque han forjado su imaginación a fuerza de imagen y palabra. Es también un libro en el que los sentidos están presentes, la música, el color, los sabores… Excesiva en su introspección, de difícil lectura por atropellada, esta novela, que es casi un ejercicio de estilo, un ejercicio ejemplar sin duda, es valioso por ese encontronazo continuo de cuando se es púber con la realidad, cuando se es aún tan maleable como para que todo cale hondo en nosotros y nos importe, porque es testimonio de creación continua de un pensamiento vivo, discursivo, intimista y que sólo fue capaz de cesar, según se lee, con la guerra.