La noche era más dañina que cualquier otra cosa en ese entonces. Vivir de noche envejece, entristece. La noche es la puerta abierta al mundo donde todo es posible. Hay cosas que no pueden ocurrir a la luz del día. Y ahí ando yo, a mis dieciocho años, ganándome la vida en aquellos boliches, ligera de ropa, con pocos conocimientos de danza, pero con confianza en mi swing y coraje para afrontar todos los ritmos. Tengo la determinación de no convertirme en prostituta, creo que puedo lograrlo, no terminar como todas. Pero también me pregunto quién soy yo para no acatar el destino que todas acatan. Soporto las groserías del público, los manoseos irrespetuosos, la paga miserable, todo para no convertirme en un cliché. Quiero ser estúpidamente única, pero la verdad es que mi cuerpo ya ha comenzado a venderse, ya está en el mostrador: artículo más o menos deseable, dependiendo del cliente.