En muchos países asiáticos, los simios se cazan dejándoles dentro de una trampa un banano gigante y apetitoso. Ellos bajan de los árboles, meten la mano en la trampa, agarran la fruta y, debido al tamaño del puño, ya no pueden sacar la mano por el mismo orificio. Hay sólo una forma de sacarla: soltar el banano y juntar los dedos para extraer el miembro completo. De esta manera regresarían a los árboles y a la libertad. Pero no pueden. El objeto de deseo, el apego, la tenencia, los mantiene prisioneros.