el emblema más seguro, el más particularmente apropiado para distinguir tal santo de los otros en el mismo retablo, pero a partir de esta señal, el fiel que veía por ejemplo la figura de un hombre que sostiene una llave, debía recurrir al nombre para dirigirse a la persona completa, para volcar su espíritu no solo hacia el portero del paraíso, sino también hacia el fundador de la Iglesia, el pescador del lago de Tiberíades, el crucificado cabeza abajo, hacia todo aquello que los sermones, oficios y relatos piadosos ligaban a las sílabas de Pedro