Los fantasmas tiemblan, pero no se van. Se balancean boquiabiertos de nuevo. Kayla sube un brazo, con la palma hacia arriba, como si estuviera intentando tranquilizar a Casper, pero los fantasmas no se calman, no se levantan, no ascienden y desaparecen. Se quedan ahí. Entonces Kayla empieza a cantar, una canción de palabras inconexas, confusas, nada que yo pueda entender. Canta bajito y la melodía interrumpe el rumor de los árboles que se mecen, pero al mismo tiempo se entrelaza y se confunde con él. Y los fantasmas abren sus bocas aún más y sus caras se doblan por los bordes y parece que están llorando, pero no pueden. Y Kayla canta más fuerte. Mueve la mano mientras canta, y yo sé qué es, conozco ese movimiento, así es como Leonie me acariciaba la espalda, y la espalda de Kayla, cuando el mundo nos daba miedo. Kayla canta y la multitud de fantasmas se inclina hacia delante, asintiendo. Sonríen y su sonrisa tiene algo de alivio, algo como un recuerdo, algo parecido a la paz.
«Sí».
Kayla me tira del brazo y la subo. Pa se da la vuelta. Lo sigo mientras él está pendiente por si aparece algún mapache, alguna comadreja, algún coyote, aparta rama tras rama mientras nos guía de vuelta a casa. Kayla tararea por encima de mi hombro, dice «shhh» como si yo fuera el bebé y ella el hermano mayor, dice «shhh» como si recordara el sonido del agua en el vientre de Leonie, el sonido de todas las aguas, y lo estuviera cantando ahora.
«Hogar», dicen. «Hogar».