Estaba de pie al lado de Adán, y le puse una mano sobre la solapa, un poco más arriba del corazón inmóvil. Buena tela, fue mi pensamiento extemporáneo. Me incliné sobre la mesa y miré en aquellos ojos verdes ciegos y nublados. No tenía ninguna intención especial. A veces el cuerpo sabe, antes que la mente, qué hacer. Supongo que pensé que sería justo que le perdonara, pese al daño que le había hecho a Mark, con la esperanza de que él o el heredero de sus recuerdos nos perdonara a Miranda y a mí nuestro terrible acto. Después de dudar varios segundos, incliné la cara hacia la suya y besé aquellos labios suaves y absolutamente humanos. Esperaba algo de calidez en la carne, y que su mano se alzara para tocar mi brazo, como para mantenerme allí. Me puse derecho y seguí de pie junto a la mesa de acero inoxidable, reacio a marcharme. Las calles, abajo, de pronto habían quedado en silencio. Sobre mi cabeza, los sistemas modernos de construcción murmuraban y gruñían como bestias vivientes.