¿Tú no crees que pueda haber otros medios para hacer la vida soportable?
- No. Aparte de eso, no hay más que la locura y la muerte.
- El conocimiento es totalmente incapaz de cambiar el mundo…
Había dejado escapar estas palabras rozando peligrosamente la confesión. -Lo que
transforma el mundo -añadí- es la acción, y nada más…-. Tal como había previsto, Kashiwagi paró el golpe con aquella fría sonrisa que parecía pegada a sus rasgos.
- ¿Lo crees así? Tú dices: la acción. Pero esta belleza por la que tú sientes ternura, ¿no ves que no aspira sino a dormir bajo la vigilancia del conocimiento? Un día estuvimos hablando del gato de Nansen, este gato de incomparable belleza. Si los dos bandos de monjes se disputaron, es que tanto uno como otro querían protegerle, acunarle, hacerle dormir blandamente, y esto según el conocimiento particular de cada uno. El padre Nansen era un hombre de acción: no lo dio a unos ni a otros, sino que traspasó el animal y asunto liquidado. Llega Choshu y se pone las sandalias sobre la cabeza. ¿Qué quiere decir esto? Que él sabe muy bien que la Belleza es algo que debe permanecer dormido bajo la protección del conocimiento, pero que no hay un conocimiento INDIVIDUAL, un conocimiento PARTICULAR de esto o de aquello. ¡No! El conocimiento es un océano para los hombres, una vasta pampa, y de ordinario la condición misma de la existencia. He aquí, según creo yo, lo que significó su gesto. Y ahora tú quieres jugar a ser Nansen, ¿verdad? Pues bien, esta belleza que amas no es más que el fantasma de esa «reliquia», de esa «sobrepelliz» que persiste en el alma humana una vez hecho -en términos devoradores- el conocimiento. No es más que el fantasma de este «otro medio», del cual hablabas, «para hacer la vida soportable». Incluso se puede llegar a decir que tal cosa, de hecho, no existe. En cambio, lo que da tanta fuerza a la ilusión, lo que le confiere carácter de realidad, es precisamente el conocimiento.