El corto siglo XX chileno puede ser circunscrito al corto paréntesis que representan las cinco décadas que transcurrieron entre la promulgación de la Constitución de 1925, que puso fin al parlamentarismo oligárquico que caracterizó el periodo anterior y sirvió de marco regulatorio para el comienzo de la industrialización fomentada por el Estado, y el golpe de Estado de 1973, que cerró el ciclo de expansión económica industrial y cimentó el diseño económico neoliberal en el marco de la Constitución de 1980. Fue un periodo de expansión demográfica y de creciente urbanización, en el cual la población se duplicó a casi nueve millones de habitantes en 1970, de los cuales menos de un cuarto para entonces vivían en el campo. También fue un periodo de expansión democrática, ligada al auge de los partidos de masas, donde cada vez más personas participaban del proceso político para malestar de quienes veían en la creciente participación de los pobres un proceso de deterioro moral y un distanciamiento del ethos republicano que caracterizó momentos más altivos -ya pasados- de la política nacional1. Finalmente, fue un periodo de expansión de los derechos sociales, reflejado en la extensión de la salud y la educación pública, y en el aumento de la cobertura de los sistemas previsionales. En última instancia, fue el periodo de tránsito -siguiendo a Julio Heise- de la democracia política a la democracia social2.
El golpe militar marcó la culminación de esta trayectoria, produciendo retrocesos tanto en la democracia política como en la democracia social. Este es el sentido de la ‘democracia autoritaria’ ideada por Pinochet para preservar la libertad económica del individuo3. Sin embargo, el régimen militar también intentó reestructurar las relaciones sociales y políticas del periodo comprendido entre 1925 y 1973, caracterizadas por la creciente movilización organizativa y electoral de los sectores populares.