En los cuentos reunidos bajo el título El tren de los suicidas abundan los personajes pequeños, acostumbrados a una vida de rutina, de oficina, de hipocresía y de mediocridad. Sin embargo, ellos no se resignan a la suerte que les ha tocado: ellos luchan contra su suerte y contra las imposiciones sociales. Intentan primero desenmascarar la sociedad para luego darla vuelta, invertirla. Pero la sociedad establecida no está preparada para ese choque frontal con la desmesura de la libertad absoluta. Los personajes, ajenos a todo placer, a toda compañía, se aíslan por voluntad propia. Son portadores de un mundo personal y a la vez universal (negación y superación del existente) y encuentran un muro ante la mirada atónita de sus pares. El mundo fantástico y onírico que se vislumbra como una salida de la monótona realidad imperante, en la mayoría de los cuentos no hace más que reproducir el caos. Quizás todos estos personajes sean uno, como el K de Franz Kafka. Y quizás también, como escribió el checo, exista una salida, pero no para estos personajes, ni para nosotros, si nos adentramos en los cuentos de Matías Nicolaci.