Las cosas sublimes que puede percibir el melancólico constituyen una colección heterogénea, evidente a los ojos de un filósofo del siglo XVIII, pero que hoy en día nos suenan extrañas e insólitas: ya he mencionado las altas montañas, la eternidad y la noche, pero Kant asocia también a lo sublime el imperio infernal de Milton, las altas encinas del bosque sagrado, la luna solitaria, el enorme desierto de Shamo en Tartaria, las pirámides de Egipto, la basílica de San Pedro, el entendimiento, la audacia, la poesía de Young, la amistad, la tragedia, la guerra, la cólera de Aquiles, el color moreno y los ojos negros, la edad avanzada, la virtud verdadera, lo masculino, la inteligencia profunda, a los ingleses, a los españoles y a los alemanes, pero también a los árabes y a los nobles salvajes de Norteamérica, etc., etc.