La vida y la obra de Vincent van Gogh están tan entrelazadas que es casi imposible ver sus pinturas sin leer en ellas la historia de su vida: una vida de la que se habló tanto que ya se ha convertido en leyenda. Van Gogh es la encarnación del sufrimiento, un mártir incomprendido del arte moderno, el emblema del artista como un extraño.
«Cuando vives con otros y se vinculan sentimientos de afecto, entonces te das cuenta de que tienes una razón para vivir, que no puedes ser totalmente despreciable y prescindible, sino que eres quizá bueno para algo, dado que nos necesitamos mutuamente y viajamos juntos como compañeros de viaje. Pero nuestro debido sentido de autoestima también depende en gran medida de nuestra relación con los demás.
Como un prisionero condenado a la soledad, al que se le impide trabajar, etc., a largo plazo, sobre todo si el plazo es demasiado largo, sufrirá los efectos con la misma certeza que alguien que ha pasado hambre por mucho tiempo.
Al igual que todos los demás, necesito relaciones amistosas y afectivas o compañerismo íntimo y no soy de piedra ni hierro como una bomba o un poste…»