Nunca puedo cerrar los ojos, porque siento que así aumenta el peligro. No pasan las horas y las noches se hacen eternas. Sombras que van y vienen, murmullos, pasos, roces de hábitos, aleteos, cadenas que se arrastran, rumores de plegarias, quejidos apagados, un viento helado que me llega hasta los huesos, el obispo sin rostro frente a mí, sin rostro, sin ojos, hueco…