Todos mirando fijamente a la cámara, menos uno o dos a quienes el fogonazo pilló distraídos, charlando, bromeando, los demás mirando hacia un aparato que aún no había alcanzado esa cotidianidad que tiene hoy la cámara fotográfica; para aquellos hombres aún es un aparato casi desconocido, que seduce y amedrenta un poco, como los ojos de los amantes cuando te miran tumbados en la cama, mientras tú, aún de pie, te desnudas, y entonces ves en ellos el deseo, pero también percibes una atención que tiene algo de minucioso examen, que mide, sopesa, y de la que saldrá un dictamen, algo que uno siempre teme.