Filosofar y cocinar, actividades antiquísimas ambas, han permanecido a menudo ajenas la una a la otra. Conocer y comer están hechos de la misma pasta y son hijos de la misma madre, como nos dejan entrever numerosas metáforas: devorar un libro, digerir un concepto, mascar algo de latín, tener sed de saber.
Estas páginas, ingeniosas y amenas, nos introducen en un laboratorio de filosofía culinaria o, mejor aún, en una cocina filosófica donde se reúnen ambos mundos. Este apetecible ensayo ofrece acertadas comparaciones entre la buena estructuración retórica de una exposición filosófica y la preparación profesional de un plato exquisito. En todo este elegante e instructivo recorrido, se combinan muy finamente profundas reflexiones y rasgos de humor, donde la protagonista es la coincidencia entre el discurso, el pensamiento y la comida.