el dueño era un hombre adinerado a quien la prensa y el cargo de diputado habían servido de palanca. Convirtiendo en arma la campechanía, siempre había maniobrado tras una careta sonriente de buen hombre, pero para acometer sus empresas, cualesquiera que fueren, no empleaba sino a personas a quienes ya había sopesado, probado y visto venir, a quienes hubiera notado retorcidas, audaces y dúctiles.