infantil.
Pareciera que el juego consistiese, en primer lugar, en una serie de normas y procedimientos no escritos, informales pero frecuentes, que se deben acatar en un determinado entorno para alcanzar las metas que uno se marque. Seguir el juego conlleva participar de un cierto número de rituales que no son obligatorios (dejarse ver en un acto vespertino, hacer una donación llamativa a una determinada organización benéfica, felicitar a un colega por un artículo excelente que no hemos leído), pero que son indicadores de la lealtad de uno para con un grupo, una red o una institución. Sin embargo, el lado oculto de estos ritos sociales es violento. La no adhesión a la red se castiga con la muerte, ya sea simbólica o con balas de verdad. Una despiadada autoridad impone las reglas no escritas. Y, dado que estas reglas no siempre están claras, el juego en sí tampoco lo está; incluso fijar las reglas del juego pasa a ser un juego, y el juego, al final, no es tanto una serie de normas como una dinámica de poder establecida por actores que procuran imponer sus reglas a los demás.