Ramón de la Cruz entrega en éste, su primer poemario, un canto a la desolación y a la rabia al tiempo que su mirada, parpadeante, como la luz de las luciérnagas, se entrega al misticismo de la contemplación y así, poder escribir(se) en la distancia. No es, sino la sensación sentida, su verso más simple. Y el más profundo.