A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico, o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada,
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo, espera hablar a Dios un día;—
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.