Sebastián y Aurek se miraron y sonrieron pícaramente, algo que el matrimonio mayor no tomó muy bien. Al notar la actitud de los ancianos, Sebastián se disculpó.
—Perdónennos, pasa que siempre vivimos en departamento y nunca imaginamos que en un pueblo las casas tenían el nombre de sus propietarios.
—Lo imaginé —dijo el señor—. Ustedes tienen pinta de gente de ciudad. Lo mismo le pasó a Mateo la primera vez que visitó el lugar. Y a propósito, esto no es un pueblo, es un barrio... —agregó en tono solemne