Ella me escuchaba en silencio, sin intentar nunca interrumpirme ni completar mis pensamientos con inclinaciones de cabeza o palabras murmuradas. Su silencio era atento y generoso y no pedía nada de mí. Yo había pasado mi vida entera rodeada de personas que, implícita o abiertamente, con discreción y exigencia, me habían pedido mucho.